jueves, 6 de diciembre de 2012

Los cuadernos nómadas




                                                     ©Angelo Prey


Dos negros con gorras de beisbol que venden baratijas a los turistas en el mirador de Trocadero se saludan afectuosamente besándose numerosas veces las manos. Luego, deambulan a la espera de comprador con sus grandes aros metálicos donde cuelgan, ensartadas, torres-eiffeles doradas de todos los tamaños. No importunan a nadie, solo esperan sonrientes. Han trasladado los hábitos comerciales de sus remotas aldeas de África y no dejan que el pulso acelerado de la ciudad les cambie su ritmo de vida. Parecen contentos en su desasimiento o, al menos, no tan desgraciados como los apresurados personajes que pasan enfebrecidos por las anchas avenidas. Infinitamente más felices, en cualquier caso, que un personaje de chaqueta y corbata que escribe unos apuntes en un pequeño cuaderno de color azul, mientras bebe su te en una de las mesitas bajas de la cafetería del Palacio Chaillot. Por las frecuentes miradas al reloj, es evidente que se ha tomado un descanso en su jornada laboral, que ha de continuar en breves momentos. Se le ve intranquilo, apesadumbrado. Cuando se levanta y se dirige hacia la salida, de espaldas al gran ventanal acristalado, decidimos seguirle. Cruza el semáforo de la Avenida del presidente Wilson, circunda la plaza y por el Allée Maria Callas, accede a la pequeña y escondida rue Greuze. Saca un pequeño llavín dorado de su bolsillo y accede, por una antigua e imponente entrada de carruajes, a la que resulta ser una dependencia de la Embajada de España. El edificio tiene toda la impronta de los palacetes de la zona, con una pátina evidente de uso prolongado en actividades públicas: abandono y melancolía. Si traspasáramos las puertas, podríamos comprobar que el desaliño, el desatino y la pobretería asaltan al visitante ya desde la recepción. Cobijado en una especie de cubil, un personaje mal encarado nos preguntaría con modales acordes con su figura la razón de nuestra visita. Nosotros, claro, no vamos a decir que venimos siguiendo a ese personaje singular que hemos conocido a hurtadillas en el café de Trocadero, así que nos abstenemos de indagar más por el momento. Damos media vuelta y nos dirigimos hacia Etoile por la avenida Klébler...

           (De Los cuadernos nómadas, cedido amablemente por el autor: Maximilien de Proie)




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